Era tan fácil repartir
amor
como guardarlo
en la profundidad del alma
herida,
inquieta
y desconfiada.
Era tan fácil devolver
la sonrisa
como sucumbir al enfado
ancestral
heredado
de todas las mujeres
de todos lo arboles genealógicos
de todos los sistemas familiares
dormidos en la espalda.
Era tan fácil injuriar y rechazar
el abismo, el problema,
el mal rato,
como aceptar el momento,
el camino, la enseñanza,
la pena.
Era tan fácil el miedo como el amor.
Era tan fácil la muerte como la vida.
Era tan fácil la queja como el perdón.
Era tan fácil amar.
Era tan fácil la paz.
Era tan fácil curar la herida.
Era tan fácil cambiar de escena.
Ahí vamos.
Acompañando la construcción de su personaje
como quien acompaña a una amiga al médico,
sin diagnóstico, sin pruebas.
Sosteniéndolos a la pata coja,
temblando como una rama cuando
los vemos caer.
Ahí vamos.
Más viejas y dicen que más sabias,
recordando las propias heridas
que nos hicimos a nosotras mismas
a los quince, a los diecisiete, a los treinta.
Soltando el último halo de mamis adolescentes
poniendo agua oxigenada, tiritas,
preparando caldos calientes que abriguen
su salida a la vida irreal de afuera,
intentando ser la madre que no pudimos tener.
Ahí vamos.
Riendo, cantando, viviendo, llorando,
construyendo límites sinceros y honestos,
yéndonos a la cama cada noche
sin saber si lo hemos hecho bien.
Ahí vamos, hermosas.
Creciendo y viéndolos crecer.
Poco a poco
voy ocupando el lugar
que tú me dejas.
Con gracia y cierta
pena
me voy situando en
la madre,
la madura,
la que decide,
la mecenas,
la señora que acompaña
tu paso cuando viajamos,
tú con bolsa adolescente,
yo con maleta ligera,
tú con tus bambas enormes,
yo con mis botas pequeñas.
Camino despacio hacia la réplica
que me diste al nacer,
escenario mi cuerpo
y mis ojos
de tu crianza,
y tu risa
mientras yo,
cada día más sabia,
más arrugada,
más bajita
y más recia,
me coloco con gusto
en la madre, señora y mujer.
Mira en qué hermoso lugar me dejas.
Lo que le pasó a lo nuestro
es que perdió las vistas
al mar.
Al mañana.
Se cerró la ventana
y nos quedamos chiquitos
nadando en una pecera
esclava del ton ni son.
Se nos ha ahogado el futuro.
El presente es testarudo.
Nuestro pasado murió.
De la vanidad
de haberte querido tanto
con el antifaz puesto,
qué poco queda.
Qué lejos el carnaval
y aquella extraña manera
de retozar nuestros egos,
de lamer heridas viejas,
de hacer el amor
con lo puesto,
de no quitarse la ropa
antes de echarse a nadar.
Qué poco queda.
Qué poco queda.
Del hombre que entraba por la puerta
sin hablar,
qué poco queda.
De la mujer que esperaba disfrazada
en el umbral,
qué poco queda.
Hoy llegaste humilde y desnudo.
Los años en la trinchera
nos hicieron comprobar
que era más fácil querernos
a corazón callado
a herida abierta,
a alma descubierta,
a fuego cruzado.
Qué poco queda, dijiste.
Hoy todo empieza, asentí.
Y subiendo la escalera
te acurrucaste a mi lado.
*
Yo perdono:
A la madre que servía la comida
primero al hijo varón.
A la abuela que me convencía
de que aguantar
era la base de una pareja.
Al padre que me hacía volver
antes a casa solo por ser chica.
Al vecino con barba que me decía marimacho
por llevar siempre pantalón.
A la tía que,
cuando saltaba del columpio más alto,
me premiaba llamándome machota.
Al adulto
que me ofrecía dinero a cambio
de un beso en la mejilla.
Al vestido rosa,
al "calladita estás más guapa",
al "se te va a pasar el arroz",
al "que lengua tan larga tienes",
al "llevas la falda muy corta",
al "es más bruta que un muchacho",
al "cuanto más dócil mejor".
No cedo ni olvido.
Me sacudo sentencias como un perro las pulgas.
En el saco de mis culpas nace el brote del perdón.
¿Qué se le dice a una madre
a la que se le ha muerto
un hijo?
¿Cómo la abrazas?
¿Desde qué ángulo la miras?
¿Cómo inclinas la cabeza
si es más alta que tú?
¿Cuál es la forma correcta
de agarrar sus manos,
cuánto las aprietas?
¿Cómo entornas los ojos
al mirarla?
¿Con qué tono nombras
a su niño?
¿Cómo le acaricias el pelo?
¿Cuál es la distancia entre su voz
y la tuya?
¿Cómo tocas su mejilla?
¿De qué color es el silencio
cuando las escuchas?
¿Qué forma tienen las palabras
si aciertan a brotar?
Dime,
¿en qué te conviertes ante
una mujer
a la que se le ha muerto un hijo?
¿Recuerdas aquel día
de invierno
en que te construí un tobogán?
De oro y de luz,
acordamos,
a modo de trampolín
para que pudieras saltar.
Si no te puedes dormir,
SALTA,
si quieres hablar de tu sombra,
SALTA,
si el monstruo vuelve a llamar,
SALTA,
si te confunde una voz,
SALTA,
si necesitas reír,
SALTA,
si no encuentras tu lugar,
SALTA,
si perdiste tu unicornio,
SALTA,
si el miedo se pasa de listo,
SALTA,
si no respetan tú NO,
SALTA,
si el frío te hace temblar,
SALTA,
Si contigo ni sin ti,
SALTA.
Te espero con brazos y alma
abiertos de par en par.
Somos tu tribu y tu calma.
Agarra fuerte esos trece
si necesitas saltar.
*
*
Magalí Germain Almagro.
Catorce de noviembre de 2020.
TRECE.
Fotografía de Vanessa Miralles
Cada vez que encuentro
un hombre
con el corazón cerrado,
cojo la pala y el pico,
cavo un enorme agujero,
y lo entierro en mi jardín.
Qué linda tiene la yedra,
se sorprenden los vecinos
y el cartero,
las chicas
y hasta los perros
en septiembre y en abril.
La vida es una secuela.
No te olvides
del espejo de los hombres
que te llegan:
su corazón oxidado
es un reflejo del tuyo.
El despojo de sus cuerpos
son abono de tu higuera.
Enterrándolos a ellos
estás encontrándote a ti.