¿Qué se le dice a una madre
a la que se le ha muerto
un hijo?
¿Cómo la abrazas?
¿Desde qué ángulo la miras?
¿Cómo inclinas la cabeza
si es más alta que tú?
¿Cuál es la forma correcta
de agarrar sus manos,
cuánto las aprietas?
¿Cómo entornas los ojos
al mirarla?
¿Con qué tono nombras
a su niño?
¿Cómo le acaricias el pelo?
¿Cuál es la distancia entre su voz
y la tuya?
¿Cómo tocas su mejilla?
¿De qué color es el silencio
cuando las escuchas?
¿Qué forma tienen las palabras
si aciertan a brotar?
Dime,
¿en qué te conviertes ante
una mujer
a la que se le ha muerto un hijo?
¿Recuerdas aquel día
de invierno
en que te construí un tobogán?
De oro y de luz,
acordamos,
a modo de trampolín
para que pudieras saltar.
Si no te puedes dormir,
SALTA,
si quieres hablar de tu sombra,
SALTA,
si el monstruo vuelve a llamar,
SALTA,
si te confunde una voz,
SALTA,
si necesitas reír,
SALTA,
si no encuentras tu lugar,
SALTA,
si perdiste tu unicornio,
SALTA,
si el miedo se pasa de listo,
SALTA,
si no respetan tú NO,
SALTA,
si el frío te hace temblar,
SALTA,
Si contigo ni sin ti,
SALTA.
Te espero con brazos y alma
abiertos de par en par.
Somos tu tribu y tu calma.
Agarra fuerte esos trece
si necesitas saltar.
*
*
Magalí Germain Almagro.
Catorce de noviembre de 2020.
TRECE.
Fotografía de Vanessa Miralles
Cada vez que encuentro
un hombre
con el corazón cerrado,
cojo la pala y el pico,
cavo un enorme agujero,
y lo entierro en mi jardín.
Qué linda tiene la yedra,
se sorprenden los vecinos
y el cartero,
las chicas
y hasta los perros
en septiembre y en abril.
La vida es una secuela.
No te olvides
del espejo de los hombres
que te llegan:
su corazón oxidado
es un reflejo del tuyo.
El despojo de sus cuerpos
son abono de tu higuera.
Enterrándolos a ellos
estás encontrándote a ti.
La vergüenza de una mujer abusada no es suya. La vergüenza de la madre de una hija abusada no es suya. La vergüenza de una señora a la que le tocan el culo en el metro no es suya. La vergüenza de una niña que siente unas rodillas y una mano bajo sus bragas no es suya. La vergüenza de la joven vejada en el asiento trasero de un coche no es suya. Son las vergüenzas del patriarcado buscando mochila ajena donde descansar. Preparen los fusiles, apunten, disparen, fuego. La mejor arma de nuestro ejército: la sororidad.
Me atravesó tu recuerdo en el coche como sólo saben atravesar las grandezas más sublimes: en silencio y a destiempo. Pisas el embrague, reduces a tercera, y un recuerdo te atraviesa. Remueves el guiso, añades una pizca de sal, y un recuerdo te atraviesa. Te colocas las bragas, ese elástico molesto, y un recuerdo te atraviesa. La lavadora, una planta, el camión de la basura, un simple gesto, una manzana prohibida, la mirada de un perro, el olor del mar, la cafetera vacía, el ruido de la cisterna, esa hermosa delgadez que exhibe el hilo dental tan parecida a tu cuerpo (…). Me atravesó tu recuerdo, bandido, y no lo pude evitar (ni quiero).
Siempre que meto la mano en el saco del amor sale la bolita errada. El amor romántico me esquiva y cuando nos encontramos saltamos a la deriva sin saber adonde vamos. No hay rumbo en mi corazón. Si permito un hombre en casa al tercer o cuarto día lo etiqueto de invasor. Si pago las facturas sola, si sobra medio colchón o si el silencio me agobia, me apetece un buen vikingo que me cocine salado y me devore a deshoras. Veintinueves de febrero quiero soltería y vuelos. Años de sequía y bisiestos quiero casa, hijos y boda. En el bombo del olvido y el sorteo del amor, para tanta indecisión no existe bola. ❤️ ❤️ Fotografía de Jordi Toset,