
Lo que le pasó a lo nuestro es que perdió las vistas al mar. Al mañana. Se cerró la ventana y nos quedamos chiquitos nadando en una pecera esclava del ton ni son. Se nos ha ahogado el futuro. El presente es testarudo. Nuestro pasado murió.
De la vanidad de haberte querido tanto con el antifaz puesto, qué poco queda. Qué lejos el carnaval y aquella extraña manera de retozar nuestros egos, de lamer heridas viejas, de hacer el amor con lo puesto, de no quitarse la ropa antes de echarse a nadar. Qué poco queda. Qué poco queda. Del hombre que entraba por la puerta sin hablar, qué poco queda. De la mujer que esperaba disfrazada en el umbral, qué poco queda. Hoy llegaste humilde y desnudo. Los años en la trinchera nos hicieron comprobar que era más fácil querernos a corazón callado a herida abierta, a alma descubierta, a fuego cruzado. Qué poco queda, dijiste. Hoy todo empieza, asentí. Y subiendo la escalera te acurrucaste a mi lado. *
Dibujo: Manuel Guirado
Yo perdono: A la madre que servía la comida primero al hijo varón. A la abuela que me convencía de que aguantar era la base de una pareja. Al padre que me hacía volver antes a casa solo por ser chica. Al vecino con barba que me decía marimacho por llevar siempre pantalón. A la tía que, cuando saltaba del columpio más alto, me premiaba llamándome machota. Al adulto que me ofrecía dinero a cambio de un beso en la mejilla. Al vestido rosa, al "calladita estás más guapa", al "se te va a pasar el arroz", al "que lengua tan larga tienes", al "llevas la falda muy corta", al "es más bruta que un muchacho", al "cuanto más dócil mejor". No cedo ni olvido. Me sacudo sentencias como un perro las pulgas. En el saco de mis culpas nace el brote del perdón.
¿Qué se le dice a una madre a la que se le ha muerto un hijo? ¿Cómo la abrazas? ¿Desde qué ángulo la miras? ¿Cómo inclinas la cabeza si es más alta que tú? ¿Cuál es la forma correcta de agarrar sus manos, cuánto las aprietas? ¿Cómo entornas los ojos al mirarla? ¿Con qué tono nombras a su niño? ¿Cómo le acaricias el pelo? ¿Cuál es la distancia entre su voz y la tuya? ¿Cómo tocas su mejilla? ¿De qué color es el silencio cuando las escuchas? ¿Qué forma tienen las palabras si aciertan a brotar? Dime, ¿en qué te conviertes ante una mujer a la que se le ha muerto un hijo?
¿Recuerdas aquel día de invierno en que te construí un tobogán? De oro y de luz, acordamos, a modo de trampolín para que pudieras saltar. Si no te puedes dormir, SALTA, si quieres hablar de tu sombra, SALTA, si el monstruo vuelve a llamar, SALTA, si te confunde una voz, SALTA, si necesitas reír, SALTA, si no encuentras tu lugar, SALTA, si perdiste tu unicornio, SALTA, si el miedo se pasa de listo, SALTA, si no respetan tú NO, SALTA, si el frío te hace temblar, SALTA, Si contigo ni sin ti, SALTA. Te espero con brazos y alma abiertos de par en par. Somos tu tribu y tu calma. Agarra fuerte esos trece si necesitas saltar. * * Magalí Germain Almagro. Catorce de noviembre de 2020.TRECE
. Fotografía de Vanessa Miralles
Cada vez que encuentro un hombre con el corazón cerrado, cojo la pala y el pico, cavo un enorme agujero, y lo entierro en mi jardín. Qué linda tiene la yedra, se sorprenden los vecinos y el cartero, las chicas y hasta los perros en septiembre y en abril. La vida es una secuela. No te olvides del espejo de los hombres que te llegan: su corazón oxidado es un reflejo del tuyo. El despojo de sus cuerpos son abono de tu higuera. Enterrándolos a ellos estás encontrándote a ti.
La vergüenza de una mujer
abusada
no es suya.
La vergüenza de la madre
de una hija abusada
no es suya.
La vergüenza de una señora
a la que le tocan el culo
en el metro
no es suya.
La vergüenza de una niña
que siente unas rodillas
y una mano bajo sus bragas
no es suya.
La vergüenza de la joven
vejada en el asiento trasero
de un coche
no es suya.
Son las vergüenzas del patriarcado
buscando mochila ajena
donde descansar.
Preparen los fusiles,
apunten,
disparen,
fuego.
La mejor arma de nuestro ejército:
la sororidad.
Qué tonto fue lo nuestro: tanto nadar sin mojarnos, tanto querer sin amarnos, tanto volar con la red puesta, tanta poesía sin publicar.
Fotografía: Ana Alvarez-Errecalde
Me atravesó tu recuerdo
en el coche
como sólo saben atravesar
las grandezas más sublimes:
en silencio y a destiempo.
Pisas el embrague,
reduces a tercera,
y un recuerdo te atraviesa.
Remueves el guiso,
añades una pizca de sal,
y un recuerdo te atraviesa.
Te colocas las bragas,
ese elástico molesto,
y un recuerdo te atraviesa.
La lavadora, una planta,
el camión de la basura,
un simple gesto,
una manzana prohibida,
la mirada de un perro,
el olor del mar,
la cafetera vacía,
el ruido de la cisterna,
esa hermosa delgadez que exhibe
el hilo dental
tan parecida a tu cuerpo (…).
Me atravesó tu recuerdo,
bandido,
y no lo pude evitar
(ni quiero).